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Cuento del Arcangel

El frío de la tarde provocaba que el paisaje de un bosque al norte de Inglaterra en Norfolk luciera desolado. Solo algunos pescadores sobre sus lanchas de motor se atrevían a desafiar al inclemente tiempo. El caer del agua de una cascada tan vieja como el mundo era lo única que se escuchaba en las cercanías. El liquido en precipitación cubría la entrada de una cueva, muy en el interior de ésta había un río subterráneo que saciaba la sed de sus moradores.

En este obscuro rincón se encontraban tres dragones quienes se miraban unos a otros sin decir nada. El más pequeño aburrido de la quietud y el silencio preguntó:

–¿Padre, porqué tenemos que escabullirnos cada vez que hay un humano cerca?

Al escuchar ésto, el macho miró fijamente a su compañera, la cual solo musitó:

–Creo que debes decirle…

–Está bien, es tiempo de que te contemos la historia sobre cómo nuestra estirpe fue reducida de emperadores a un simple cuento para niños.

El nerviosismo cundía entre las huestes de un numeroso ejército conformado básicamente por aldeanos de un pequeño pueblo de Norfolk, el grupo era comandado por cuatro caballeros vestidos con armaduras negras y montados sobre pegasos de la noche dispuestos a lanzarse con un frenesí salvaje en contra de un formidable oponente ubicado a doscientas yardas de estos.

Los adversarios imponentes por sí mismos relucían cubiertas que mellaban el acero, afilaban sus colmillos y garras y levantaban columnas de fuego, los que tenían alas iniciaban el vuelo. Eran de diferentes tamaños, los más grandes eran inmensos como una torre, los más pequeños eran del tamaño de un hombre. A pesar de ser menores en numero podían ser superiores en fuerza.

Al grito de Ramsey, el cabecilla de los hombres de hierro, los pueblerinos iniciaron una carrera hacia el mortal encuentro armados con lanzas, arcos, azadones, palos y piedras, arrojaban gritos desaforados e improperios en contra de sus oponente. Eran como un centenar de individuos de todas las edades convencidos de que su guerra era santa.

Los dragones a su vez contra-atacaron por aire y tierra. Su veloz andar hacia retumbar la tierra, preparaban sus gargantas para calcinar de un soplido a los guerreros ingleses. Al mando del grupo iba un viejo Dragón Celestial dispuesto a resguardar las últimas cuevas que servían como morada a algunos de estos seres míticos.

Los caballeros sobre los pegasos emprendieron su marcha al aire para contrarrestar la capacidad de los dragones alados, sin embargo, a escasos cien metros del suelo, uno de los hombres de acero fue alcanzado por una ardiente e inmensa llama que quemó su armadura y a su corcel, cayendo hacia su muerte. El escamoso animal no tuvo tiempo de saborear su éxito ya que de inmediato fue atravesado por una puntiaguda lanza propiedad de otro de los combatientes negros.

En tierra a pesar de que los dragones eran superados en numero de siete a uno tenían la ventaja del fuego aunque no eran tan rápidos como para evitar que las armas los tocaran por diversos flancos. Pronto, los cadáveres de ambas razas se esparcían a lo largo de la planicie en donde se desencadenaba esta decisiva batalla.

En el interior de la cueva varias hembras custodiaban un extraño monolito de hielo que mantenía congelado un esqueleto aparentemente humano sólo que estaba dotado con alas. La desesperación pululaba entre ellas ya que notaban que la balanza de la pelea se inclinaba en su contra por lo que se alistaban como la ultima línea de defensa ya que no existía otra salida para esta situación.

El conflicto se había extendido ya por varias horas y nadie parecía ceder. Las miradas de Ramsey y el anciano dragón se cruzaron mientras cada uno daba muerte al adversario en turno. En la mente de ambos cruzó la misma idea, pronto los dos líderes detuvieron a sus respectivas hordas para dar paso a una tregua.

–Son inútiles tantas muertes, sugiero que tu y yo combatamos por la posesión de la arcángel –aseveró el ser reptílico.

–Es bueno que seas inteligente, ya que tarde o temprano el Papa ordenará a otro grupo para que venga a aniquilarlos –respondió el caballero.

–Pero tu eres su mejor hombre, sin ti esta lucha continuaría eternamente.

–Acepto. El ganador se lleva todo.

Se hizo un compás de espera mientras los contendientes se preparaban. Uno de los aldeanos se acerco a Ramsey preguntándole que si todo esto había sido para recuperar ese cadáver divino. Le contestó que sí, ya que quien lo poseyera lograría imponer su fe en el mundo.

Del otro lado un dragón de mar le advertía a su líder que de perder ya no abría posibilidad de existir sobre la faz del planeta condenándose al olvido, o, en el mejor de los casos, a ocupar un lugar en la historia sobre seres extintos al lado de los dinosaurios.

Por la memoria del viejo Dragón Celestial vagó el recuerdo de cómo llegó a sus garras el monolito. Milenios atrás un grupo de dragones chinos hallaron el cadáver congelado en el Polo Norte dentro de un bloque de hielo. Tras varias deliberaciones entre eruditos y sabios dragónicos llegaron a la conclusión de que los restos encontrados pertenecían a una arcángel, quizá la única de su especie, aunque ninguno de los libros sagrados sobre deidades humanas o reptílicas mencionara que estos seres existieran.

Sobre cómo había llegado allí la pregunta era un misterio, algunos mencionaban que tal vez era un símbolo de fe, una prueba que facilitara a las creaturas mundanas establecer contacto con lo que había más allá de los cielos. Sin embargo, pronto, los mandarines trataron de apoderarse de esta presea iniciando una batalla por su control. Si de por sí la co-existencia entre ambas estirpes era precaria, la situación se agravó aún más. Fue entonces que los Yang optaron por enviar el monolito a occidente.

Pero la Iglesia en Europa no tardó en enterarse de que el cadáver de una arcángel moraba en las cuevas de los dragones ingleses, por lo que emprendieron una cruzada especial para recuperar lo que les pertenecía por derecho. Reclutaron decenas de cazadores de dragones por todo el continente para dar con el escondite, en unos años lograron su objetivo hasta llegar a ese crucial día.

Iniciaron las hostilidades al centro del campo cubierto de muerte y sangre. El Dragón Celestial se lanzó en un ataque frontal sin más esperanza que en la fuerza puesta en un zarpazo que destrozaría al caballero.

Ramsey intuyendo el golpe de su adversario lo esquivó arriesgando su cabeza y en el último instante asestó un golpe de muerte clavando su espada corta en el corazón del anciano obligándolo a retroceder.

Soltó una última bocanada al vacío para caer sin vida. Al contemplar esto el resto de los dragones sobrevivientes intentaron reanudar la batalla pero la voz del Dragón de Mar ordenó que se detuvieran, acto seguido pidió a las hembras que trajeran el cadáver. Con melancolía tuvieron que entregárselo a los caballeros.

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excl;Ahora deberán huir ya que pronto el Sumo Pontífice ordenará a los cazadores que vengan por ustedes! –exclamó el líder de los humanos mientras los aldeanos coreaban su victoria.

Así fue como los dragones emprendieron la marcha, sabían que sus horas estaban contadas por lo que muchos optaron por separarse y esconderse en grupos limitados.

–¿Y qué pasó con el monolito? –preguntó el pequeño dragón.

–Fue enterrado bajo la Catedral de Notre Dame donde aún reposa –respondió la hembra.

–Hay quien dice que fue trasladado al Vaticano y que sólo el Papa en turno y un par de consejeros saben exactamente donde está –prosiguió el macho.

–¿Entonces nunca podremos volver a vivir bajo los cielos? –cuestionó tristemente el menor.

–Quizá, algún día en que nazca un elegido, un dragón capaz de dominar todos los elementos será el que recupere el Sol para nuestra raza, o bien cuando ambas estirpes olviden su codicia por imponer su fe.

FIN

De Helios.