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Etiqueta: delfin

cuento del delfín que perdió a su mamá
Un día estaba el delfincito nadando un poco triste por la superficie del mar, había perdido a su mamá, estaba buscándola por todos lados sin poderla encontrar. Por su lado pasó un pez muy largo, serio y con cara de buenazo, al verlo tan triste le preguntó qué le ocurría. El delfincito bebé le contó su pena y el pez Sabio le dijo que debía ir a buscar dónde terminaba el arco iris, que allí donde los colores se derritieran encontraría a su mamá.

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El león y el delfín

Paseaba un león por una playa y vio a un delfín asomar su cabeza fuera del agua. Le propuso entonces una alianza:
— Nos conviene unirnos a ambos, siendo tú el rey de los animales del mar y yo el de los terrestres– le dijo.
Aceptó gustoso el delfín. Y el león, quien desde hacía tiempo se hallaba en guerra contra un loro salvaje, llamó al definí a que le ayudara. Intentó el delfín salir del agua, mas no lo consiguió, por lo que el león lo acusó de traidor.
— ¡No soy yo el culpable ni a quien debes acusar, sino a la Naturaleza — respondió el delfín –, porque ella es quien me hizo acuático y no me permite pasar a la tierra!
Cuando busques alianzas, fíjate que tus aliados estén en verdad capacitados de unirse a tí en lo pactado.

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Historia del Delfín Graciano
Graciano era un delfín fuerte y bueno que vivía en el Océano Pacífico, junto a unas islas muy bonitas.
Un día, mientras estaba jugando con unas algas en el fondo del mar, sus amigos los otros delfines se fueron persiguiendo a unos pececillos y ya no volvieron, así que Graciano ya no tenía amigos delfines con los que nadar, aunque era amigo de otros animales, como la medusa Aurelia, que era blanca y transparente y flotaba graciosamente en el agua, y la tortuga Presurosa, que era muy vieja y sabía un montón de cosas.
Un día la medusa Aurelia se acercó a Graciano rápidamente y le dijo:- ¡Cuidado, Graciano! He visto a unos tiburones que vienen hacia aquí. Son malos y están persiguiendo a unos atunes para comérselos. Yo voy a alejarme de prisa, y te recomiendo que hagas lo mismo – y dicho esto, salió nadando con sus largos filamentos.
Pero el delfín no tenía miedo de los tiburones, y sí curiosidad por saber qué era lo que estaban haciendo. Porque habéis de saber que los delfines son los únicos animales marinos que se atreven a enfrentarse con los tiburones: porque si los tiburones tienen dientes muy afilados y pueden ser de gran tamaño, los delfines son muy fuertes y saben embestir valientemente con su cabeza. Por éso se quedó para ver qué pasaba. Y así fue como vio venir a varios tiburones detrás de una bandada de atunes, que son unos peces muy gordos y sabrosos.
Como los tiburones son muy fieros, a veces persiguen a otros peces aunque no tengan hambre, y era esto lo que pasaba: que se comían a los atunes sin ganas. Esto no gustó nada a Graciano, que pensaba que sólo debían cazarse los peces que hiciera falta para comer, y así se lo dijo al tiburón que parecía el jefe:- ¡Eh, tiburón! Sois unos abusones: ¿por qué no dejáis en paz a los atunes si ya habéis comido lo suficiente?
Y el que parecía el jefe le respondió: Tú no te metas, delfín. Haremos lo que queramos. ¿O es que nos lo vas a impedir?
A Graciano no le gustó nada esta respuesta y le dijo: Pues ahora verás.
Y tomando impulso dio un fortísimo cabezazo al tiburón. Antes de que pudiera reponerse, ya le había dado otro cabezazo. El tiburón se escabullía e intentaba morder al delfín, pero todavía recibió más golpes, hasta que se dio por vencido y por fin dijo: ¡Vámonos de aquí!
Pero antes dio a traición una dentellada al delfín y le hizo una herida debajo de la aleta.
Graciano estaba contento porque había puesto en fuga a los tiburones, pero le dolía la herida y decidió consultar con su amiga la tortuga Presurosa.
– Lo mejor que puedes hacer –le dijo la tortuga– es salir a la superficie y dejar que el sol y el viento sequen la herida. Hay cerca de aquí una isla que tiene una playa muy agradable: si vas a ella y te estás quieto, en unos pocos días te pondrás mejor.
Y así lo hizo. Nadó despacito hasta aquella isla y se tendió en la arena dorada a recibir la caricia de la brisa y del sol. Así estuvo un buen rato, cuando de pronto, creyó oir:- Eh, delfín, delfín…
Graciano no sabía de dónde salía la vocecilla que le llamaba, hasta que oyó:
– Delfín, soy yo, la palmera…
Y es que había una palmera de grandes hojas mecidas por el viento, que le estaba hablando.
– Vaya, palmera, perdona que no te contestara. No sabía que eras tú la que llamaba: yo pensaba que los árboles no hablaban.
– Claro que hablamos… Pero para oírnos hay que saber escuchar. Mira, delfín, creo que te puedo ayudar. En esta isla hay un acuario con muchos peces, focas y delfines. El dueño del acuario viene por las tardes a pasear por esta playa: es una buena persona y si te ve seguro que te lleva para que te curen esa pequeña herida. Lo que tienes que hacer es sólo estar aquí muy quietecito.
A Graciano le gustó aquello. Si había delfines en el acuario a lo mejor podía hacer amigos y además allí le ayudarían a que se curara. Así que hizo caso de lo que la palmera le decía y se estuvo muy quietecito.
Y así fue como, al caer la tarde, vio venir a un señor con una niña de la mano. Cuando se acercaron, la niña dijo:
– ¡Mira, papá! Un delfín en la arena… ¡Qué bonito es! Pero mira, parece que tiene una herida…
El hombre se acercó y examinó a Graciano, que tenía un ojo cerrado pero el otro medio abierto para ver lo que estaba pasando. Dijo:
– Vamos a llevarlo al acuario para curarlo. A lo mejor quiere quedarse a vivir con nosotros.
Y llamó a una furgoneta-ambulancia. Allí metieron a Graciano y se fueron todos a la enfermería del acuario. El delfín estaba agradecido a la palmera, y al irse le dijo adiós con la aleta.
En el acuario conoció a muchos animales y vivió contento porque tenía amigos delfines con los que jugar. Todos los señores del acuario conocieron su nombre porque se lo había dicho en el lenguaje de los delfines a la niña, que sabía entenderlo. De vez en cuando, se escapaba a ver a sus antiguos amigos, la tortuga Presurosa y la medusa Aurelia, y al volver pasaba a saludar a la palmera.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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