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Etiqueta: santa

Después de todo ¡Es Navidad!
La casa había estado vacía y silenciosa largas horas, por lo que, Baguette; el cachorrito de la familia, se encontraba profundamente dormido enroscado en su sillón favorito, a ratos roncando a ratos lanzando gruñiditos; cuando, de repente, el ruido en la cerradura lo despertó de su profundo sueño haciéndolo caer de cabeza, quedando momentáneamente aturdido.
El proceso de las Brujas
Voy a relatarles lo que yo oí, y como lo oí, escribir debí como Escribidor que soy, y fuí, al servicio de la Santa y Suprema Inquisición. Han de prometerme Vuesas Mercedes, por Cristo Nuestro Señor, que cuantas palabras escuchen, olvidaránlas presto, y que jamás de los jamases dirán a naide que me han conocido ni oído, pues va mi parca vida en ello.

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Leyenda del Abad de Alquézar
Era yo muy joven. Trabajaba como aprendiz junto al Campanero de Sijena. Llegó a oidos de mi maestro que andaban buscando a alguien para tocar en la Abadía de Santa María de Alquézar. Hacia esa Villa me encaminó. Nada más llegar, subí a ver al Abad. Un hombre normal, ni muy viejo ni muy joven, muy delgado, eso sí, y con una mirada sombría y triste. Apenas habló conmigo. Me aconsejó una casa de huéspedes, me adelantó el sueldo de una semana y me dejó junto a la puerta de la Torre del Campanario. Sólo me dijo:
-Después de la primera noche, hablaremos despacio.

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El Secreto de Santa

En Nochebuena un niño miró fijamente a Santa y le dijo: «Quiero saber tu secreto». Le susurro al oído: «¿Cómo lo haces, año tras año?

«Quiero saber cómo, mientras viajas dejando regalos aquí y allá, nunca se terminan. ¿Cómo es, querido Santa, que en tu saco de regalos hay suficiente para todas las niñas y niños del mundo? Siempre está lleno, nunca se vacía mientras vas de chimenea en chimenea, a casas grandes y pequeñas de país en país, visitándolos todos.

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Recuerdo de una mañana de Navidad
No lo creí. Los ángeles tenían cosas más importantes que hacer con su tiempo que observar si yo era un niño bueno o malo. Aun con mi limitada sabiduría de un niño de siete años, había decidido que, en el mejor de los casos, el Ángel sólo podía vigilar a dos o tres muchachos a la vez… y ¿por qué habría de ser yo uno de éstos? Las ventajas, ciertamente, estaban a mi favor. Y, sin embargo, mamá, que sabía todo, me había repetido una y otra vez que el Ángel de la Navidad sabía, veía y evaluaba todas nuestras acciones y que no podíamos compararlo con cualquier cosa que pudiéramos entender nosotros, los ignorantes seres humanos. De todos modos, no estaba muy seguro de creer en el Ángel de la Navidad.

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Después de todo ¡Es Navidad!
La casa había estado vacía y silenciosa largas horas, por lo que, Baguette; el cachorrito de la familia, se encontraba profundamente dormido enroscado en su sillón favorito, a ratos roncando a ratos lanzando gruñiditos; cuando, de repente, el ruido en la cerradura lo despertó de su profundo sueño haciéndolo caer de cabeza, quedando momentáneamente aturdido.
– ¡Mira qué lindo pino hemos traído Baguette!-dijo Beca, la pequeña que lo había recogido de las calles una lluviosa tarde de otoño-
El cachorrito se sacudió  y corrió a todo lo que le daban sus cuatro patitas para inspeccionar meticulosamente el inmenso árbol que la familia logró meter por la puerta con tanto esfuerzo.
Las suaves y fragantes ramitas le hacían cosquillas, pero aún así el perrito trató de mordisquearlas; por lo que Beca de inmediato le reprendió diciendo:»¡Baguette malo! ¡El árbol de Navidad no se muerde, ni se maltrata!»
El animalito jamás había escuchado aquella palabra «Navidad» ¿qué quería decir? No lo sabía, pero sonaba linda, era una palabra dulce y tierna, una palabra que se le queda a uno en la boca como un caramelo, o como un poema… Navidad… sonaba a magia y alegría… ¿pero qué era Navidad? …

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