Un día, las cosechas del padre de Clemencia fueron tan abundantes, que se vió obligado a ocupar un muchacho para que le ayudara en el campo. Este joven se llamaba José. No pasó mucho tiempo sin que Clemencia y José se enamoraran y quisieran casarse luego. Al pedir el consentimiento de los padres de la joven, el viejo no puso ningún obstáculo para que se celebrara la boda, pero la bruja se negó rotundamente a dar su permiso.
– Viejo, dile a José que salga al campo y se traiga una mula negra que anda por allí.
Clemencia al oír aquellas palabras se dió cuenta de que su madre quería matar a José y corriendo se fué al corral y le dijo al joven:
– Mira, José, ahorita va a venir mi padre a decirte que montes la mula negra que esta en el campo para que te la traigas al corral. Esa mula negra es mi madre y si la montas empezará a respingar, si te tira, te mata. Así es que escucha bien lo que te voy a decir: Cuando estés montado en la mula, y ésta empiece a respingar, le muerde la oreja derecha y verás cómo la dominas. Te la traes y la metes al corral, pero no le digas a nadie nada de lo que pase.
Todo pasó exactamente como le había dicho Clemencia, y José dominó la mula y la metió al corral. Cuando llegó la hora de la cena, José notó que la vieja, madre de Clemencia, traía un parche en la oreja derecha.
Esa noche Clemencia y José decidieron irse de una vez de la casa, y quedaron en que a las once Clemencia iría a despertar a José para emprender la fuga.
A las once llegó Clemencia al cuarto del joven, lo despertó y le dijo: -Escupe en tu cama, yo también así lo hice. Salieron del cuarto y se fueron. Al poco rato despertó la vieja y comenzó a llamar a Clemencia, pero la saliva que había dejado la joven en su cama, le contestó: ¡Madre!
La vieja al oír la voz de Clemencia se volvió a quedar dormida. Pasó un buen rato y volvió a despertar la vieja y llamando una ve más a Clemencia no obtuvo contestación porque la saliva que la joven había dejado, estaba ya seca. Se levantó la vieja encolerizada y fué al cuarto de su hija. Al ver que no estaba alli, fué volando al cuarto de José, pero no encontró a ninguno de los dos. Adivinando entonces lo que había sucedido, esperó a que amaneciera y volviéndose águila emprendió el vuelo en busca de los jóvenes. Después de volar un buen rato, los divisó, pero en el mismo instante Clemencia y José notaron que el águila que los seguía era la vieja bruja. Clemencia que había aprendido bastante magia de su madre, inmediatamente dejó caer al suelo un peine, levantándose al momento un espeso bosque en su derredor impidiendo que el águila cruzara. Tuvo que descender y transformándose otra vez en bruja, empezó a deshacer el encanto para desaparecer el bosque. Cuando hubo quitado el bosque por completo, se volvió águila una vez más y siguió persiguiéndolos.
José y Clemencia se habían alejado bastante pero por fín notaron que el águila ya los alcanzaba otra vez. Entonces la joven tiró un espejo transformándose en un inmenso lago, tan ancho, tan ancho, que el águila no lo podía cruzar.
Al notar la inmensidad de aquel lago, descendió el águila y volviéndose bruja deshizo el encanto quitando el lago. Volviose águila y emprendió el vuelo en busca de la joven pareja. Una vez más los divisó, pero Clemencia presintiendo que el águila no tardaría en alcanzarlos cogió un puñado de cenizas y esparciéndolo por el aire se volvió niebla, tan espesa que el águila no pudo penetrarla. Como ya estaba amaneciendo la bruja tenía que estar en su casa antes que saliera el sol y ya le quedaba muy poco tiempo para seguir a los jóvenes, pero antes de regresar a su casa la bruja maldijo a su hija diciéndole:
– Mala hija, acuérdate que tu amante te abandonará en el primer pueblo que lleguen.
Clemencia y José no hicieron caso y siguieron caminando sin descansar. Por fín llegaban al primer pueblo, y en las afueras sentose Clemencia a descansar porque estaba rendida de tanto caminar y sus zapatos estaban rotos.
– Espérame aquí mientras voy al pueblo a comprarte unos zapatitos y tambien a traer algo que comer, dijo José.
Clemencia no queria que la dejara, pero tanto insistió José, que se quedó esperándolo. Llegó la noche, y el joven no vino; pasó otro día y José no regresó, por fin, acordándose Clemencia de la maldición de su mamá emprendió la marcha hacia el pueblo, llorando por todo el camino. Cuando llegó al lugar, tuvo que ponerse a trabajar, y un día que se sentía más triste que nunca, se pararon en la ventana de su cuarto dos palomitos que pareciendo consolarla le decían «currucutucu, currucutucu.»
Clemencia las coió y con paciencia las enseñó a hacer muchas suertes. Así pasaron algunas semanas y cuando las palomitas estaban bien amaestradas las llevó a la plaza para que hicieran sus suertes.
Mucha gente se acercaba a admirar las suertes de las palomitas. Clemencia siempre estaba pendiente a ver se entre toda la gente dividaba a José. Por fín, uno de tantos días, reconoció a José entre la muchedumbre, pero éste no la reconoció. Entonces Clemencia con una varita tocó a la palomita que empezó a dar vueltas al derredor del palomito mientras le decía:
– Currucutucu, currucutucu, ¿Te acuerdas, palomito mío, cuando me decías que me querías?
– ¡No! contestaba el palomo.
– Te acuerdas, le decía la palomita, -que nos venimos de mi casa. ¿Te acuerdas que me dejaste en el camino?
– ¡No! repetía el palomo.
– ¿Te acordarás, palomito mio, que me dejaste en el camino para ir por unos zapatitos para poder entrar el pueblo calzada?
El palomo dijo entonces:
– ¡Si, ya me acordé!
Al mismo tiempo, José que había estado observándolo todo dijo:
– Yo tambien ya me acordé. Tu eres mi Clemencia, mi amada. Y acercándose a ella la tomó en sus brazos diciendo que ya nunca jamás se separarían. Se casaron y vivieron muchos años muy felices.
FIN
Categoría: Cibercuentos, Cuentos Infantiles y Juveniles