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El brillo de una estrella

Existió hace mucho tiempo, en la tierra de los guardianes de los cerros, un alma resplandeciente, transparente  y cristalina como el agua, reparadora y cautivante como la brisa que refresca las tardes de verano.

Había caído del cielo cierto día, sin darse cuenta, quedando convertida en un alma que inundaba de dicha y color cada lugar que sus pies tocaban.

Lo tenía todo para ser feliz, el Sol la saludaba todos los días besándole la frente; la Luna la acurrucaba a la hora de dormir; el Cóndor la cuidaba de los acechadores, y así cada ser que poblaba el mundo terrestre le procuraba siempre su cariño.

Paqarixch\’aska era su nombre, tenía los colores del arco iris siempre con ella; era delgada y elegante como las vicuñas; su mirada era dulce y seductora; adornaba sus manos con brillos plateados que la luna le obsequiaba; tenía el cabello largo y brillante, siempre desatado para que wayra  (el viento) jugueteara  a sus anchas.

Cierto día, llegó a las tierras de Paqarixch\’aska un joven mortal, venía de las lejanas tierras sureñas, había dejado tierras y familia en busca de sabiduría. Se llamaba Pablucha, era alto e imponente como los apus (Cerros), altivo y orgulloso como sus padres inkas. Él recorrió pueblos enteros y decidió quedarse en las tierras donde escuchó al río cantar, Pablucha se rindió ante el canto, se inclinó y bebió del río hasta que quedó satisfecho.

Paqarixch\’aska, que se encontraba observando esta escena, quedó perpleja ante la visión de aquel joven, nunca había conocido más ser que sus amigos astros, sus amigas aves, sus amigos felinos. Cautivada por la visión, la grácil joven decidió observar al extraño hombre a cierta distancia, sintiendo con cada minuto, latir más y más fuerte el corazón, sensación extraña que hasta entonces no había sentido.

Cuando Pablucha notó a la joven, creyó estar soñando, nunca había visto rostro más dulce antes; trató de acercarse a Paqarixch\’aska, pero cada vez que lo hacía inexplicablemente ella se alejaba, ambos jóvenes no comprendían lo que sucedía, a cada intento fallido de acercarse, el deseo de estrecharse se acentuaba en cada uno.

No había forma de que estuviesen juntos, así que decidieron mantenerse lejos pero hablando y compartiendo sus historias a cierta distancia. Pablucha le hablaba de su tierra, de la riqueza de su imperio, le contaba los cuentos de duendes y diablillos que bailaban al son alegre de sus dioses. Paqarixch\’aska lo observaba encantada, imaginando cada detalle que describía Pablucha. Todas las noches se encontraban y hablaban hasta que amanecía, momento en el cual entristecían porque sentían que ya no podían dejar de verse y oírse.

Cierto día, Pablucha acudió al encuentro de Paqarixch\’aska, estaba muy triste, con los ojos inundados de brillantes cristales. Y, entre sollozos le dijo a la  joven:

«Debo irme mi dulce estrella, es hora de asumir mi puesto en mi pueblo y guiar a mi gente; pero antes debo decirte que he dejado en ti toda mi alma, cuando me vaya, quedaré vacío porque tus manos guardarán para siempre mi esencia»

«He descubierto el corazón más bello y la sonrisa capaz de alegrar mi corazón»

«Quisiera que vengas conmigo, pero cada vez que trato de acercarme a ti, tu brillo se aleja y va apagándose. Quizás si logro tocarte, te extingas para siempre y no me lo podré perdonar»

«Por eso, mi bella Paqarixch\’aska déjame ver por ultima vez tus grandes ojos, para vivir con la esperanza de que algún día nuestros dioses me dejarán estrecharte en mi pecho, no se cuándo, no se cómo, pero viviré con la fe de que aquello sucederá algún día»

Sin decir más, Pablucha dio la vuelta y aligeró el paso sin voltear a ver a su amada, porque si lo hacía rompería en llanto.

Paqarixch\’aska, pasmada y con la mirada perdida, cayó desplomada. Luego de muchas horas, la joven despertó ahogada en llanto, extrañando a cada instante al joven Pablucha. Vagaba todos los días, regresaba al lugar donde se encontraba con él, esperaba verlo aparecer y se quebraba en llanto cuando comprendía que ya nunca más vería a su amado.

Poco a poco empezó a perder el brillo, su luz se extinguía, hasta que cierto día no se levantó más; agonizante dirigió su mirada al Sol, quien al ver a la dulce Paqarixch\’aska se compadeció de ella, porque él sabía lo que era separarse de su amada. Llamó a su esposa Luna y ambos decidieron quitar el brillo y el poder a Paqarixch\’aska para que pudiera por fin reunirse con Pablucha.

Al día siguiente, la bella joven recibió una suave caricia en la frente, era Sol.

«Hija mia -dijo Sol- ya no eres más presa del brillo que te separó de Pablucha. Luna y yo decidimos esconder tu brillo en tu corazón. Ve con él y sé feliz».

Paqarixch\’aska, con lágrimas en los ojos, pero esta vez de felicidad, saltó de alegría, agradeció a Luna y Sol y corrió día y noche hasta llegar a Pablucha.

Cuando llegó a la tierra de los hombres del sur, quedó muy confundida, no conocía a nadie y nadie la ayudó a encontrar a Pablucha. Entristecida y cansada, Paqarixch\’aska, se sentó al borde de un quieto río y se acercó a beber de él. Cuando levantó la mirada, una sonrisa se dibujó en su rostro. A pocos pasos de ella estaba el joven que había cautivado sus ojos. Y él, temeroso de ser víctima de una visión se acercó lentamente a ella, susurrando un suave:

«Te amo». «No importa que no pueda tocarte Paqarixch\’aska, la distancia hizo que me diera cuenta que prefiero esta pequeña distancia a no tenerte nunca frente a mis ojos. Te amo y seré siempre tu fiel guardián»

La joven llorando de alegría corrió hacia Pablucha riendo y diciendo:

«Te amo y no estarás más nunca lejos, porque nuestros amigos Sol y Luna nos regalaron el brillo interno, ese que solo puedes ver a través de los ojos de una persona, por eso desde ahora, seremos siempre TU YO».

Ambos, pudieron por fin estrecharse, convertirse en uno y ver el brillo a través de sus ojos.

FIN

De nuestro compañero Coyllur, 30 años.