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Historia Mágica de la historia de Cantabria

¡Uh, Uh, Uh! , ¡Uh, Uh, Uh!, las caracolas sonaban y la gente saltaba. Ramón contento bailaba la danza típica de Cantabria, la danzona de Ibio. Los chavales, medio desnudos, con sus palos danzaban al son del tamborilero y del pitero. La plaza estaba llena y la gente se lo pasaba muy bien, unos mirando y los otros dando piruetas. Era el día de San Juan y por la noche… ¡Huy por la noche!, la que se iba a armar. Ramón, un poco cansado, se sentó en una piedra muy grande, hondonada por los millones de traseros que se habían sentado. Ramón seguía viendo a la gente, pero ahora él estaba sentado; descansando de un bullicio extraordinario; al fondo, la plaza del pueblo contenía la esencia pura de la fiesta: la alegría y la juventud. Puente Viesgo parecía un poblado de película, la gente seguía bailando, iban, venían y reían saltando al compás de un tambor y un «pito», que seguía marcando el ritmo.

Ramón seguía los intervalos de la música con el pie y siguiendo la música, se durmió, la noche era cálida, las estrellas titilaban en el cielo, era un plenilunio perfecto… Un ruido estrepitoso le hizo levantarse. Un grupo de hombres, peludos, estaban delante de él. Al fondo, como algo fantasmal, se abría la boca de una gruta; Ramón asustado, vió al fondo el crepitar de llamas…

– ¡Ung!, ¡unga!, ¡unga!.

– Pero, ¿qué hacen ustedes aquí?, – preguntó Ramón.

De repente, y en el mejor instante del momento, apareció un pequeño enanuco, tenía un traje rojo, con grandes barbas blancas y botas negras. Le cogió de la mano y le llevó detrás de la cueva.

– ¿Te ha pasado algo Mon?.

– Pero, ¿quién eres tú?. ¡Madre mía que lío tengo!.

-Ramón estaba despistadísimo, sus ojos no creían lo que estaban viendo-.

– Tranquilo, te conozco y se tus inquietudes, serénate que conmigo estarás bien.

– Pero, – dijo balbuciendo Ramón-… ¿Quién eres tú?.

– Yo soy Cantabrito, «El enanuco de Cantabria».

– ¡Ah! ¿sí?, ¿y por qué estás conmigo?.

– Porque te tengo que contar muchas cosas interesantes.

Ramón estaba algo así como alucinado, de repente y de un golpe de voz le convirtió en un cavernícola. le llevó hacia ellos, esos brutos del principio. Pero ahora, él estaba como ellos y le acogieron con agrado. El jefe, Laro, le llevó dentro de la cueva, y allí estaban pintando animales en las paredes, me hablaron y me contaron cosas. El que pintaba se llamaba Upaka, era como un chimpancé agradable e inquieto, se rascaba su larga cabellera, que seguramente estaba inundada de piojos y liendres. Los animales eran increíblemente bellos, su rojo intenso destacaba de las paredes de la cueva, eran animales que nunca antes había visto, eran parecidos a bueyes, pero sabía que no, que eran bisontes, estaban tan bien dibujados que parecían que bramaban, querían salir fuera, juntarse todos los del techo en las praderas verdes de la zona. Ramón vió como Upaka dibujaba los cuernos del animal, utilizaba madera quemada, y después un polvo negro y rojo, que lo iba dando por el cuerpo del bisonte, y éste parecía de nuevo que mugía, y se abalanzaba sobre los otros animales.

Cantabrito cogió de la mano a Ramón y le llevó hasta otro lugar donde, según él, rendían culto al Sol y a la Luna. El enanuco, que llegaba a Ramón por las rodillas le cuentan la historia de La Luna, que por cierto, era muy bonita:

«En la noche de los tiempos en que dominaba la nada, la Luna era la reina y mandaba sobre las cosas. Era la justiciera y era respetada por todos los habitantes. La Luna implantaba su mando. Era seria y casi siempre estaba triste. Había una bruja mala, muy mala, que no respetaba nada, ni tampoco las leyes que había impuesto la Luna. Una vez, la bruja fue por un bosque, cerca de Saja, allá en las altas montañas. La bruja encontró sobre un árbol un «coloñu» de madera, y ni corta ni perezosa lo cogió y se lo llevó a la espalda. La Luna le dijo que se portara bien, que lo devolviera, pero la bruja no quiso hacer caso y la Luna suspiró, y suspiro, y fue tanto su suspiro, por la desobediencia que a la bruja se la tragó. Desde ese momento en la Luna se ve como una persona vaga con un «coloñu» de madera, y está más triste que nunca, y por eso cuando es Luna Llena sale blanca y con un semblante serio.»

– ¿Qué?, ¿te ha gustado la historia de la Luna, Mon?.

– ¡Oh, sí!. Ha sido muy interesante!

De repente todo se tornó de color oscuro, los granizos y los rayos caían sobre la Tierra. La luna, sería y blanca, se ocultó tras unas enormes nubes cirrosas, que se cerraban sobre el valle, todo estaba más oscuro que una cueva.

– ¡Corre, Mon!, métete en la gruta.

– ¡Espera!, que voy.

– Sí, pero date prisa, que esto no parece nada bueno.

– Pues bien, -dijo Cantabrito- esos rayos y granizos, que acabas de ver, son producidos por los Nuberos, unos enanos feos, malos y rechonchos, no son como yo, no te asustes. Son verdes, con unos ojos rojos y muy salientes. Van montados sobre nubes, y cuando soplan, van arrojando granizos y rayos. Tienen unos largos pelos revueltos sobre la cabeza, y las nubes donde siempre van son como caballos negros, que bufan al correr. El cuerpo de los Nuberos es tan gordo que los pechos cuelgan por su panza.

– La verdad, Mon, es que no son muy recomendables.

– ¡Huy!, parece que ya se han ido, Cantabrito. ¿Salimos ya?.

– Sí, aquí el tiempo pasa muy despacio. Vamos, Mon.

Dejamos atrás el poblado de Laro y nos internamos en un bosque del Valle del Nansa. Ibamos cantando, pero de pronto, se tiramos al suelo y se callaron. Un estrepitoso ruido les obligó hacer eso.

-¡Ag!, ¡Ag!. ¿dónde está la oveja?.

La voz era ronca, poderosa y cavernosa. El hombre era terriblemente alto, alrededor de los dos metros setenta. Unos robustos brazos arrancaban los pequeños árboles de camino. La cara era muy alargada, seguramente por el efecto de la gran barba que poseía, de un color pelirrojo muy brillante y fuerte. Tenía también pelirroja la cabellera que le llegaba más abajo del hombro. Además, llamaba la atención su gran boca, y sobre todo el único ojo en la frente, muy grande, y que parecía mirar hasta en los lugares más inhóspitos e incógnitos. Seguía andando con sus largas piernas, que estaban llenas de músculos que sobresalían por toda la piel. El monstruo era un ser que daba mucho, mucho miedo y Cantabrito se metió en la chaqueta de Ramón. El niño estaba totalmente acurrucado en el suelo y casi no respiraba. De repente, y como cosa de cuentos apareció una hada, pequeña, apenas medía tres cuartas, tenía una hermosa cabellera rubia, preciosos ojos azules e iba vestida con un traje blanco de encaje. En la mano llevaba una vara de roble que era mágica. Entonces Cantabrito salió de su escondite, ya menos preocupado. El hada era muy buena y bonita, se las llamaba «Anjanas», que son nuestras hadas buenas. Según Cantabrito, las Anjanas son las únicas que dominaban a los Ojáncanos. El Ojáncano, el horrible ser de un solo ojo, al ver a la Anjana, fue retrocediendo, parecía que la tenía miedo, gritaba y chillaba, pero la Anjana seguía hacia adelante. Casi al momento, la Anjana desapareció y se subió encima de él y desapareció entre las barbas pelirrojas del Ojáncano; mientras, el Ojáncano seguía chillando y se revolvía por el suelo dando fuertes manotazos en el suelo provocando la estampida de los animales. La Anjana, a la que no se veía, salió del espeso bosque de barbas con ¡un pelo blanco!, el Ojáncano iba menguando poco a poco hasta que se convirtió en un pequeño enano que, asustado se perdió en el bosque a todo correr. La Anjana desapareció al instante y Ramón se quedó boquiabierto. Luego Cantabrito le explicó que el único punto débil de los Ojáncanos es ese pelo blanco, pero como ellos lo saben se dejan crecer la gran barba, para esconder ese pequeño secreto.

Iban por un pueblo de Cantabria, llamado Bárcena Mayor, las calles eran muy viejas y las casas eran más viejas que las calles. No eran casas elevadas, sino casonas montañesas hechas de piedra, tienen un patio delante de la entrada, y casi siempre suelen tener un escudo que pertenece a la familia desde tiempos inmemoriales. Salió de una de ellas una niña vestida con un traje montañés, la falda era de lana muy gorda de un color muy alegre, parecía naranja, la blusa era blanca y la niña en su correr dejó caer un pañuelo, también de lana y con varios colores mezclados. Corrió hasta el bosque. Iba seguramente a buscar agua, pero cuando estaban sentados en un banco de piedra, la niña volvió como una centella, se paró ante ellos y con voz jadeante les dijo:

– ¡Ah!, ¡Ah!, ¡El Trenti!, ¡El Trenti!, me ha levantado las faldas.

– ¿El Trenti?- dijo asustado Ramón a la niña.

– Sí, ¿no sabes lo que es?- le respondió ella.

– Pues no, la verdad es que no lo sé.

– Bueno- contestó Jana, que era así como se llamaba la niña de coloretes en las mejillas- el Trenti es un ser muy revoltoso. Da muchos saltitos y corre y baila. Es como una gran bola, llena de hojas y de musgo, por brazos tiene unas largas ramas y las piernas también son ramas, la cara está cubierta por hojas, la nariz es una raíz. A la chicas de la montaña siempre nos da pellizcos en el trasero y nos levanta las faldas, es como un pequeño «chon».

Ante los ojos de Ramón un Trenti se paseó por la fuente del bosque, iba dando saltos y jugueteando, parecía un gato revoltoso. Se lo dijo a Cantabrito, y le dijo que ya lo había visto. Jana se despidió de ellos y siguió su camino. Cantabrito y Ramón se levantaron y se fueron por el camino empedrado. El camino empedrado era un antigua calzada, usada por los romanos, que pasaba por un bosque lleno de robles y de hayas, las montañas se elevaban como queriendo llegar al cielo.

Cantabrito contó al Mon muchas cosas sobre Cantabria, pero lo que más le llamó la atención fue la historia del intrépido «Hombre-pez» de Liérganes, que luchó por llegar a serlo y lo consiguió…. Hace mucho tiempo, en la villa de Liérganes había un «mozuelo» al que le gustaba mucho nadar por los ríos y los lagos del Miera, todo el día se pasaba nadando. Un día de mucho frío se fue a nadar a un pequeño lago y hacía tanto frío, que cuando salió las piernas estaban congeladas, se quedó muy triste porque no podía nadar. Se puso la ropa y se tumbó al lado de un árbol, de un chopo, que son los amigos de los ríos, entonces ocurrió como un milagro el hielo se fue descongelando y en vez de piel le fueron saliendo escamas allí donde había caído una lágrima, cuando se fundió todo el hielo apareció una hermosa cola de pez. Contento de la cola, se despojó de la ropa y arrastrándose se tiro al río y llegó hasta el mar, allí Neptuno le concedió el reino del mar Cantábrico. Francisco, que así se llamaba el Hombre Pez, apareció un día en Cádiz, y cuentan que existió de verdad…

Cuando pasaron por Santillana del Mar, las voces de algún chaval hicieron que volvieran hacia atrás la vista y apareció un corro de chavalucos que llevaban un candil y unas albarcas en los pies. Cantaban una canción que decía algo así como:

«Marzo florido seas bienvenido,

con el mucho pan, con el poco vino,

traemos un burro cargado de aceite

para freír los huevos que nos de la gente…».

Y lo que más extrañó a Ramón es que estaban en Junio, exactamente el 24, día de San Juan, pero luego le explicó Cantabrito que estaban en el último día de Febrero, en ese día se cantaban las «Marzas», que eran unas canciones que festejeban la llegada de la primavera y expulsaban así, a los pequeños duendes de las casonas, como los Trastolillos, que después de haber cambiado todas las cosas de lugar durante el invierno, ahora en primavera, tenían que ir al bosque. También cantando las Marzas, expulsaban de las casas y de los campos al Tentirujo, un ser vestido de rojo que hacía hechizos contra las cosechas. La gente de los pueblos les daba patatas, huevos, jamón, chorizo, aceite y al final hacen una gran merendola; las Marzas también son tonadas que se cantan a las «mozas», para buscar novia. Son costumbres típicas de Cantabria.

Eran cosas que Ramón desconocía, pero cuando volviera al mundo actual, sabía que iba a hacer una ronda y que cantaría las «Marzas» por las casas. Cantabrito se alegró mucho y le llevó con él hacia otros lugares.

El camino se tornó azul y rojo, una espesa niebla cubrió todo el valle, por las montañas se veía una densa cortina de humo que se acercaba hacia ellos. Unos gemidos y bufidos sonaron por todo el aire y Cantabrito dijo a Ramón que eran los «Caballucos del Diablo» que salían a pasear todas las noches de San Juan. Los caballucos eran parecidos a grandes libélulas que volaban con una gran rapidez y hacían ruidos extraños, sobre ellos iban unos diminutos enanos, que seguramente eran diablucos que con gran maldad atravesaban y destruían todo, nadie sabía de donde procedían, unos decían que de las altas montañas, otros que habitaban cerca de los ríos y de los pantanos, cuando había plenilunio, como el de la noche de San Juan, los

caballucus salían y quemaban las cosechas. Entonces Cantabrito dijo a Ramón que tenía que ir rápido a su tiempo y decir a la gente que empezara la verbena de la noche de San Juan. Una noche mágica y misteriosa, llena de mitos y de leyendas tan antiguas como la historia de Cantabria. Mon le preguntó que porqué esa prisa y él le dijo que esa verbena era la única forma de conjurar la maldad de los «Caballucos del Diablo». Cantabrito estaba muy asustado. De repente alguien dió un golpe en la espalda de Ramón.

– Despierta Ramón, que son las once y va a empezar la verbena.

Era Tomás, el carretero, el que le despertó, le dijo que sí, que empezara cuanto antes, y la música sonó, la gente y Ramón se pusieron a bailar, las chavalas y los chavales hicieron un corro y se lo pasaron en grande. Cuando me acerqué a la piedra estaba allí Cantabrito y le dijo que todo estaba solucionado, que los «Caballucus» ya se habían ido. Y de repente, se acercó Saray a Ramón y le cogió de las manos y se pusieron a bailar en la plaza empedrada, mientras, Mon contaba la Historia de Cantabrito, una Historia Mágica, muy mágica, de la Historia de Cantabria. La hoguera de la noche de San Juan, iluminaba a todos los que estaban danzando en la plaza. Cantabrito, estaba en otro mundo, en el que están los cuentos y las leyendas, y que no es otro mundo que el nuestro…

La gente alegre bailaba al son de una canción:

«Montaña querida te vengo a cantar

la canción que mi pecho te va a dedicar…»

De Daniel Guerra de Viana.