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Cuento de Udayán

(Dedicado a la memoria de mi madre, mi eterno ángel guardián)

Lejos de aquí y lejos de allá; justo a la mitad, en el ombligo del mundo, fueron a parar una docena de piratas que llevaban muchas semanas  a la  deriva; arribaron a una enorme isla donde encontraron refugio del océano y se dejaron caer en las suaves arenas para descansar; no habían pasado ni un par de horas cuando numerosos ruidos sacaron de su sueño a los piratas; a la orilla de la playa, dos enormes tiburones de piel plateada emergían a toda velocidad devorando todo cuanto estuviera a su paso, pero lo que buscaban con más empeño eran los nidos donde descansaban cientos de huevos de tortugas. Aquella batalla era injusta, ni siquiera las tortugas adultas se podían defender ante los letales colmillos de sus enemigos, en pocos minutos la playa quedó en silencio, como si nada hubiera ocurrido; a lo lejos sólo se distinguían unas cuantas sombras tiradas en la arena, eran tortugas heridas que habían peleado con fuerza en su afán de defender sus preciados bebés, atónitos, los piratas que aún asustados se encontraban en la playa, se acercaron a las tortugas, las ayudaron,  y con lo poco que tenían las curaron; entre aquellas valientes había una que era enorme, de caparazón azulado y piel gris verdosa y agrietada, se podía ver que no era su primer batalla y al mirarla a los ojos se podía ver que el paso del tiempo se los había hecho sabios y profundos, como los inmensos abismos que siembran el fondo de los océanos.

La Luna llena brillaba majestuosa en lo alto del cielo, y el silencio sólo era interrumpido por el crepitante sonido de la fogata que habían encendido los piratas mientras se disponían a comer lo que aquella isla les ofrecía, de repente, una voz profunda se hizo escuchar en todo el lugar, parecía un cántico, era dulce y hermoso pero triste, muy triste. Los piratas se miraron unos a otros, sorprendidos, en silencio, y sin saber exactamente porqué,  comenzaron a llorar; el capitán, sobreponiéndose a tan fuerte emoción, se acercó a la enorme tortuga,  quien emitía ese sonido.
– No llores tortuga-decía el capitán-sé que deben dolerte mucho las heridas,  pero vas a sanar.
– No es por eso que lloro-explicó la tortuga-
– ¡Puedes hablar!
– Así es,  he vivido mucho tiempo y he aprendido el lenguaje de los hombres,  te agradezco el que nos hayas salvado.
– ¿Porqué lloras tortuga? ¿y qué es lo que cantabas?
– Lloro por las tortuguitas que fueron devoradas,  y la canción es para pedirle a la Luna que cuide a los bebés que quedan.
– ¿Y qué dice?-preguntaron todos los piratas al unísono-
– Dice: que mil rayos de Luna se infiltren en tus ojos y no te dejen perder en la oscuridad, que la Luna abrace las olas por las cuales habrás de viajar y te traiga a salvo de regreso al hogar.
– Es muy hermosa-dijo el capitán-¿dónde la escuchaste tortuga?
– Mi nombre es Udayán-dijo la tortuga-y aprendí ésa canción de mis abuelos y ellos de los suyos… ¿cuál es tu nombre?
– Draco-respondió el pirata-
– Bien Draco ¿puedes ayudarme a levantar?
– ¿Levantarte?-gritó el capitán-¿acaso estás demente? ¡Estás herido!
– Lo sé -respondió la tortuga- pero los tiburones regresarán, tengo que proteger los nidos.
– ¡No! De ninguna manera voy a permitir que te arriesgues de nuevo, si ésos tiburones vuelven,  mis hombres y yo los estaremos esperando.
Y así lo hicieron, Draco y sus piratas hirieron a uno de los tiburones, logrando así proteger los pequeños huevos.
– Muchas gracias Draco por salvar a nuestros bebés, eres un buen hombre, me alegro que las olas los hayan traído a nosotros.
Mientras el viejo Udayán hablaba, Draco mantenía la mirada fija en la arena, hasta que por fín dijo :te equivocas Udayán, no soy bueno, antes de llegar aquí hice muchas cosas malas, yo …
– Eso ya no importa-interrumpió la tortuga-el Draco del que me hablas no lo conocí, seguramente el mar lo ha cambiado, el que yo conozco es bueno; si no lo fueras no te habrías conmovido con mi canción, ni nos hubieras ayudado, lo que haya sucedido antes sólo es el pasado,  y debes dejarlo ir, toma lo mucho o poco que puedas aprender y sigue adelante.
Draco sonrió tímidamente, y con una caricia agradeció las palabras de su nuevo amigo.
Las semanas transcurrían, y, un día los hombres del capitán le dijeron que extrañaban a sus familias y amigos y que deseaban regresar.
– Tienen toda la razón-dijo el capitán-es hora de marcharse, deben partir ahora que el clima es bueno y la mar está tranquila.
– ¿Usted no viene capitán?
– No… yo me quedo con Udayán.
– Entonces nosotros también nos quedaremos.
– ¡Es una orden!-gritó el capitán-deben marcharse de inmediato.
Lentamente Udayán se acercó y preguntó: ¿por qué te has quedado? ¿Acaso no deseas volver a tu hogar?
– No hay nada para mí en ése mundo-dijo el pirata mirando con suma ternura a su amigo-además ¿qué vas a hacer si vuelven los tiburones? Necesitas ayuda, y,  a decir verdad, ansío ver a las tortugas nacer.
– Eres un buen hombre Draco, y un gran amigo.

Unos días más tarde,  justo al ponerse el sol, algo comenzó a moverse en la arena.
Poco a poco fueron saliendo las cabecitas, aletas y pequeños caparazones de las tortuguitas,  la playa completa se llenó de vida,  parecían hojitas guiadas por el viento aquellas pequeñitas despertando a la vida,  era realmente hermoso ver aquel antiguo y renovado ritual, las tortugas haciéndose a la mar en busca de su identidad,  corriendo al encuentro de un mundo inmenso y desconocido que poco a poco las envolvía en la distancia, en aquel momento Draco miró a Udayán, su añejo rostro estaba empapado de lágrimas que resbalaban lentamente mientras la tortuga murmuraba palabras que Draco no podía comprender.
– Eis ushi na kalki maal ahaabra oy nu alky ashi na kalki dass.
– ¿Qué es lo que murmuras?-preguntó el pirata-
– significa: decimos hola mientras nos alejamos en el adiós, y en un adiós habremos de regresar… ¡ay querido Draco! He visto ésta misma escena miles de veces ya, y aún me conmueve como la primera vez que la presencié.
– ¡Son tan pequeñas! ¿no pueden quedarse aquí hasta que crezcan un poco más?
– No podemos protegerlas del mundo ¿cuánto tiempo podríamos retenerlas antes de que huyeran tratando de saciar su curiosidad? Es mejor así amigo, dime ¿acaso lograron retenerte a ti?
Draco guardó silencio mientras le deseaba suerte a las tortuguitas.

Los años pasaban como si fueran días, varias generaciones de tortugas habían recorrido el mundo y regresado a la isla; pero un día, mientras paseaban por la playa Udayán dijo:
– Mi amigo, debo decirte que tengo que partir.
– ¿de
verdad? ¿y puedo ir contigo? Podría construir un bote y seguirte, sería fantástico…
– No-interrumpió la tortuga- no Draco, a donde me dirijo no puedes seguirme … mi hora de partir ha llegado.
– ¡Eso no puede ser! ¡no quiero que te vayas, no me dejes! ¡Tú eres mi hogar! Además hay tanto que debes enseñarme.
– Draco, mi querido amigo, saber de ciencias y letras, arte y magia es bueno, es muy bueno, pero toda la sabiduría que necesitas está dentro de tu corazón… ¿y quién dijo que debemos decir adiós? Tal cosa no existe Draco,  sólo se está tan lejos de aquellos a quienes amamos como se desea; la distancia y el tiempo se convierten en un suspiro Draco ¡un suspiro! ¡Eso es todo! Mira cómo las olas del mar se comienzan a agitar,  juegan un rato en la arena,  luego se dan la vuelta y se van, mas nunca se despiden, sólo abrazan a la playa, se besan entre ellas y se ponen a viajar, será porque todas saben que no importan el tiempo ni la distancia,  ya que algún día se habrán de encontrar, quizá saben que serán diferentes, pero su esencia seguirá igual, y,  cuando se encuentren en algunas lejanas arenas verán en su interior, y sin ningún titubeo se abrazarán  y correrán hasta que la Luna aparezca y las tome entre sus brazos para arrullarlas y luego dejarlas dormir en paz. Y cuando las despierte el Sol, se abrazarán y cada cual tomará su rumbo sin decir adiós,  sólo se dirán hasta siempre, hasta que la Luna las encuentre,  o se fundan con el sol ¡qué hermoso es vivir como las olas Draco! ¡Seamos olas! Hemos compartido nuestro camino y disfrutado lo que nos ha sido concedido, nos hicimos más sabios, y,  ahora que es el final de nuestro camino debemos abrazarnos bien fuerte, y no decir adiós, sino hasta siempre, porque yo creo que al igual que las olas saben ver en su interior,  nosotros sabremos reconocer a las almas amigas que estuvieron a nuestro lado,  y volveremos a iniciar nuestro viaje, y nunca diremos adiós, sino como las olas, diremos ¡hasta siempre! Hasta que la Luna nos encuentre o nos fundamos con el Sol.

Los dos amigos se abrazaron largo rato, hasta que la primer estrella apareció en el firmamento y Udayán comenzó a alejarse en las suaves olas diciendo:
– ¡Hasta siempre Draco,  hasta siempre!
– ¡Hasta siempre Udayán,  hasta siempre!

Lejos de aquí y lejos de allá,  justo a la mitad,  en el ombligo del mundo, se puede escuchar a Draco cantar así: «que mil rayos de Luna se infiltren en tus ojos y no te dejen perder en la oscuridad, que la Luna abrace las olas por las cuales habrás de viajar, y te traiga a salvo de regreso al hogar». La canta para guiar y proteger a las nuevas tortugas, pero también para recordar que él y su amigo, la tortuga Udayán siempre van a estar juntos en el cálido y eterno hogar que el capitán Draco tiene por corazón.

De nuestra compañera Elizabeth Segoviano,  dedicado a la memoria de su madre.