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Etiqueta: infantil

Cuento de Winnie Pooh, y el árbol de miel
Paseando por el bosque, Winnie llegó a un claro donde crecía un gran roble, alrededor de cuya copa zumbaban las abejas. Tras mucho pensar (a Winnie le cuesta bastante trabajo) decidió que donde había abejas había miel, y la miel era lo que más le gustaba en este mundo. Así es que se puso a trepar y trepar, y cuando ya casi la tenía al alcance de la mano, la rama que le sostenía se rompió y cayó sobre un montón de zarzas.

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La casita de chocolate

Dos hermanitos salieron de su casa y fueron al bosque a coger leña. Pero cuando llegó el momento de regresar no encontraron el camino de vuelta. Se asustaron mucho y se pusieron a llorar al verse solos en el bosque.

Sin embargo, allá a lo lejos vieron brillar la luz de una casita y hacia ella se dirigieron. Era una casita extraordinaria. Tenía las paredes de caramelo y chocolate. Y como los dos hermanos tenían hambre se pusieron a chupar en tan sabrosa golosina. Entonces se abrió la puerta y apareció la viejecita que vivía allí, diciendo:

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Cuento de los Cuatro Tesoros Mágicos
Cuatro santos derviches de la jerarquía segunda, se reunieron y decidieron buscar, por toda la superficie de la tierra, objetos con los que pudiesen ayudar a la humanidad. Habían estudiado cuanta cosa estuvo a su alcance y concluyeron que mediante este tipo de cooperación podrían servir de la mejor manera posible.

Decidieron encontrarse nuevamente treinta años después.

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Cuento de los clavos y el amor
Había un niño que tenía muy mal carácter. Un día su padre le dio una bolsa con clavos y le dijo que cada vez que perdiera la calma debería clavar un clavo en la cerca de atrás de la casa.

El primer día el niño clavó 37 clavos en la cerca…

Pero poco a poco fue calmándose porque descubrió que era mucho más fácil controlar su carácter que clavar los clavos en la cerca.

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Cuento de los cinco regalos de la Aurora Boreal
Mientras te acurrucas, voy a contarte una pequeña historia mi amor: Érase una vez un pequeñito muy hermoso que se llamaba Edgar Andreas, y que esa fría noche de invierno, cansado estaba de tanto jugar, reír, brincar y bailar, estabas adormilado y las estrellas y la luna como siempre, vinieron a darte un beso de buenas noches, pero en esta ocasión trajeron  a una invitada muy especial, a la Aurora Boreal.

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Cuento de los caballos que no querían amo
En una hacienda de caña había un caballo color melado, que a fuerza de trabajar y comer mal, mostraba las costillas y parecía que iba a desarmarse. Durante la semana cargaba caña y el domingo traía el mercado del pueblo. No conocía, pues, día de descanso. Por otra parte, las moscas no le dejaban punto de reposo, revoloteando alrededor de las mataduras que tenía en el lomo. ¿Comida? Apenas la poca yerba que encontraba en el potrero. Sintiéndose viejo y enfermo pensó que muy pronto lo matarían para aprovechar su piel. Había sido resignado, pero no hasta el punto de dejarse matar después de tanto sufrir. Resolvió huir de la hacienda en busca de mejores aires. Como lo pensó lo hizo. Al amanecer salió al camino y se dirigió al pueblo; no se le ocurrió irse al monte porque estaba seguro de que por allá irían a buscarlo, mientras que a ninguno se le ocurriría que estaba en la ciudad. Era malicioso el viejo caballo. Iba medroso porque creía encontrar enemigos en todas partes.

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Cuento de las cosas de casa
Érase una vez una niña que vivía con sus padres y su mascota. Un día al salir de casa, cerraron la puerta de la calle y la televisión empezó a hablarle a las estanterías del salón.

«Que aburrimiento, a mi me tienen todo el día encendida» – dijo la televisión.

«Pues tu no te quejes» -dijo la estantería- «a mi me tienen llena de libros y nunca me quitan el peso de encima».

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La comadreja y la familia armadillo
El papá armadillo era campesino y muy tímido; jamás había bajado al pueblo; pero, ¿para qué quería él recorrer mundo cuando tenía una cueva tan bonita debajo de las raíces de una ceiba, tapizada con musgo y tan espaciosa que a no ser por la falta de luz, se hubiera creído un palacio? La familia vivía holgada y doña Armadilla, en compañía de sus hijas Armadilla–Melada y Armadillita–Gris, había hermoseado la cueva con flores, festones y plumas recogidos en el monte. Todo era paz en aquella casita hasta el día en que al otro lado del árbol vino a vivir la Comadreja.

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