Orcenix nadaba alegre cerca de una hermosa playa al lado de su hijo, a lo lejos se veía la verde vegetación de la isla que habían escogido para pasear. Su pareja y sus otros hijos se habían quedado en el cálido hogar familiar, solo él y su hijo pequeño habían decidido dar ese paseo.
Orcenix miraba orgulloso como su pequeño hijo nadaba tranquilamente y con gran maestría a su lado. Desde los primero meses de nacido lo había enseñado, según él, esa era la edad propicia para aprender a nadar… Y ahora a los cinco años, lo hacía estupendamente.
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Todos los animales, que hay vivían, estaban muy contentos, en especial el León y su esposa Leona.
Durante 4 días y cuatro noches, estuvieron celebrando con música, baile y comida, el gran acontecimiento.
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Tres hermanitas caminaban juntas hacia el colegio y para divertirse decidieron nombrar una por una todo lo que por el camino iban viendo.
– El sol! dijo una
– Las nubes! dijo la otra.
– El cielo! dijo la tercera.
– Los pájaros! dijeron juntas.
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Decidieron encontrarse nuevamente treinta años después.
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El primer día el niño clavó 37 clavos en la cerca…
Pero poco a poco fue calmándose porque descubrió que era mucho más fácil controlar su carácter que clavar los clavos en la cerca.
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«Que aburrimiento, a mi me tienen todo el día encendida» – dijo la televisión.
«Pues tu no te quejes» -dijo la estantería- «a mi me tienen llena de libros y nunca me quitan el peso de encima».
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