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Etiqueta: leer

El Castillo de irás y no volverás

«Leyenda Española»

Érase que se era un pobrecito pescador que vivía en una choza miserable acompañado de su mujer y tres hijos, y sin más bienes de fortuna que una red remendada por cien sitios, una caña larga, su aparejo y su anzuelo.

Una mañana, muy temprano, salió el pescador camino de la playa con el estómago vacío, la cabeza baja, descorazonado, y cargado con los trebejos de pescar.

A medida que andaba, el cielo se iba ennegreciendo y cuando llegó al lugar donde acostumbraba a pescar observó que se había desencadenado una horrorosa tempestad.

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El caso del loro y el pastor alemán
Los Puig, matrimonio joven con dos niños y un pastor alemán joven, veraneaban desde hacía años en un pueblo de la costa. Tenían alquilada una casita con un jardín posterior compartido con una vecina. Allí correteaban los niños y Hans, el pastor alemán.

Justo en la casita de al lado, vivía una anciana viuda con un loro de vivos colores llamado Lindo, que vociferaba cosas tan irrelevantes -«taxi, taxi»-, como irreverentes -«fill de puta»-. Este loro había sido un regalo de un sobrino que se trajo de América muchos años atrás, cuando el «tráfico ilegal de especies protegidas» era un epígrafe de futura invención.

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Cami salva la fábrica de helados
¡ Menudo sábado mas aburrido!, afuera está lloviendo y no hay quien salga a dar un paseo, así que la pequeña Cami, una preciosa niña de pelo largo y castaño, que suele llevarlo recogido en dos pequeñas colas, decide ver una película de Disney para entretenerse, pero como hoy había madrugado mucho, al ratito, se queda completamente dormida en el sofá frente al televisor.

Empieza de pronto a soñar………, está en la fábrica de helados de su ciudad, ha ido de excursión con el colegio porque mañana es final de curso y van a hacer la fiesta del helado, será maravilloso, helados de todas las formas y sabores para todos los niños, los papás y los maestros.

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La historia de Hada
Había una vez, un abuelito que solía contar historias a sus nietos Ángel y Lucy. Una tarde como de costumbre se sentaron bajo un frondoso Araguaney y observaron emprender el vuelo a un hermoso Turpial que con su esplendida combinación de colores, negra y amarilla, encantaba los ojos de los pequeños.

Ángel con apenas 6 añitos de edad estaba cargado de preguntas que a veces el anciano ni podía contestar. Esa tarde el niño preguntó al abuelo que por qué no podía volar. El abuelo dijo que no lo sabía pero que una historia venía a su cabeza y los infantes se dispusieron a escuchar.

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El sueño del bebé elefante
La alborada se despierta engalanada de nubes, presumiendo de su radiante esplendor. El reloj del tiempo, marca el inicio de una nueva semana, la brisa juega con las hojas de los árboles difundiendo el aroma de las flores. Toda la naturaleza, está cubierta entre un mágico hechizo de hermosura y música.  Lunes y martes, los dos primeros días de la semana, parecen dormir, abrazados junto a la orilla de un pequeño riachuelo, extasiados ante tanta belleza.

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La zorra y el cuervo

La zorra salió un día de su casa para buscar qué comer. Era mediodía y no se había desayunado. Al pasar por el bosque vio al cuervo, que estaba parado en la rama de un árbol y tenía en el pico un buen pedazo de queso. La zorra se sentó debajo del árbol, mirando todo el tiempo al cuervo, y le dijo estas palabras:

-Querido señor cuervo, ¡qué plumas tan brillantes y hermosas tiene usted! ¡Apenas puedo creerlo! Nunca he visto nada tan maravilloso. Me gustaría saber si su canto es igual de bonito, porque entonces no habrá duda que es usted el rey de todos los que vivimos en el bosque.

El cuervo, muy contento de oír esas alabanzas, y con  muchas ganas de ser el rey del bosque, quiso demostrarle a la zorra lo hermoso de su canto.

Abrió, pues, el pico y cantó así:
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Las almohadas
Durante mucho tiempo se creyó que las almohadas eran el simple producto de una leyenda propalada por los pastores de la alta montaña.

Ellos afirmaban que no era sino sentarse a la sombra de un sietecueros de flores moradas y tocar la quena con amor para que empezaran a aparecer. Se entremezclaban con las mansas ovejas y con ellas pastoreaban la loma comiendo grama tierna y amarillas flores de retama.

Nadie nunca había cogido una viva para demostrar la verdad, pues las almohadas que viven en libertad son extraordinariamente tímidas. La silenciosa montaña hace que el más leve ruido sea inmediatamente detectado: dejan de comer, levantan medio cuerpo y miran atentamente en todas direcciones. A la menor señal de peligro se escabullen veloces buscando los tupidos matorrales del páramo.

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