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Categoría: Cibercuentos

Los dos perros

Un hombre tenía dos perros. Uno era para la caza y otro para vigilar. Cuando salía de cacería iba con el de caza, y si cogía alguna presa, al regresar, el amo le regalaba un pedazo al perro guardián. Descontento por esto el perro de caza, lanzó a su compañero algunos reproches: que sólo era él quien salía y sufría en todo momento, mientras que el otro perro, el cuidador, sin hacer nada, disfrutaba de su trabajo de caza.

El perro guardián le contestó:

– ¡No es a mí a quien debes de reclamar, sino a nuestro amo, ya que en lugar de enseñarme a trabajar como a ti, me ha enseñado a vivir tranquilamente del trabajo ajeno!

Pide siempre a tus mayores que te enseñen una preparación y trabajo digno para afrontar tu futuro, y esfuérzate en aprenderlo correctamente.

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El semidiós

Un hombre tenía en su casa un semidiós, al que ofrecía ricos sacrificios. Como no cesaba de gastar en estos sacrificios sumas considerables, el semidiós se le apareció por la noche y le dijo:

– Amigo mío, deja ya de dilapidar tu riqueza, porque si te gastas todo y luego te ves pobre, me echarás a mí la culpa.

Si gastas tus riquezas en cosas innecesarias, no le eches luego la culpa de tus problemas a nadie más.

Vocabulario:

Dilapidar: malgastar, derrochar.

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El pescador flautista

Un pescador que también tocaba hábilmente la flauta, cogió juntas sus flautas y sus redes para ir al mar; y sentado en una roca saliente, se puso a tocar la flauta, esperando que los peces, atraídos por sus dulces sones, saltarían del agua para ir hacia él. Mas, cansado al cabo de su esfuerzo en vano, dejó la flauta a su lado, lanzó la red al agua y cogió buen número de peces. Viéndoles brincar en la orilla después de sacarlos de la red, exclamó el pescador flautista:

-¡Malditos animales: cuando tocaba la flauta no teníais ganas de bailar, y ahora que no lo hago parece que os dan cuerda!

Muchas veces no actuamos de acuerdo a las circunstancias que nos rodean, sino a destiempo o desubicados. Procuremos siempre estar bien situados.

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El orador Demades

El orador Demades hablaba un día a los ciudadanos de Atenas, mas como no prestaban mucha atención a su discurso, pidió que le permitieran contar una fábula de Esopo. Concedida la demanda, empezó de este modo:

-Demeter, la golondrina y la anguila viajaban juntas un día; llegaron a la orilla de un río; la golondrina se elevó en el aire, la anguila desapareció en las aguas… -y aquí se detuvo el orador.

-¿Y Demeter…?-le gritaron-. ¿Qué hizo…?

-Demeter montó en cólera contra vosotros- replicó, porque descuidáis los asuntos de Estado para entreteneros con las fábulas de Esopo.

Eso sucede entre la gente: prefieren darle atención únicamente al placer dejando de lado las cosas realmente necesarias. Cuidémonos de no caer en ese error. Compartamos equilibradamente el deber y el placer.

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El náufrago y el mar

Arrojado un náufrago en la orilla, se durmió de fatiga; mas no tardó en despertarse, y al ver al mar, le recriminó por seducir a los hombres con su apariencia tranquila para luego, una vez que los ha embarcado sobre sus aguas, enfurecerse y hacerles perecer.

Tomó el mar la forma de una mujer y le dijo:

-No es a mí sino a los vientos a quienes debes dirigir tus reproches, amigo mío; porque yo soy tal como me ves ahora y son los vientos los que, lanzándose sobre mí de repente, me encrespan y enfurecen.

Nunca hagamos responsable de una injusticia a su ejecutor cuando actúa por orden de otros, sino a quienes tienen autoridad sobre él.

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El médico y el paciente que murió

Un médico tenía en tratamiento a un enfermo.

Este murió, y el médico decía a las personas del funeral:

-Si este hombre se hubiera abstenido del vino y se hubiese puesto lavativas, no hubiera muerto.

-¡Amigo, le contestaron-, no es ahora, que no sirve de nada cuando tenías que haber dicho esto, sino antes, cuando tu consejo podía haber sido de provecho!

Las correcciones debemos hacerlas siempre en el momento oportuno y no dejarlas sólo para mencionarlas cuando ya es tarde.

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El brazo de oro

Había una vez, un rey y su esposa que querían una niña, pero no la tenían. Un día Dios les envió una hija a la cual le pusieron de nombre “Vanesa”. La niña era un poco extraña porque uno de sus brazos era de oro, el doctor que había controlado el embarazo y el parto, dijo al rey que la reina debió a ver tenido algo para que Vanesita naciese con el brazo de oro.

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El leñador y los gatos

Érase una vez en una linda cabaña un pobre leñador que no tenía nada por que su esposa había muerto y no tenía hijos. Solo le quedaba el bosque y dos hermosos gatitos blancos que había dejado su esposa antes de morir, él los quería mucho pues era lo único que le quedaba.
Una mañana como siempre el leñador iba a traer leña, y sus gatos se quedaban solos. Los dos se dirigieron hacia el bosque, el leñador los encontró y vio que había oro y se volvió rico.

De nuestra compañera Manuela Rojas, 10 años

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