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Etiqueta: infantil

El caballo, el buey, el perro y el hombre

Cuando Zeus creó al hombre, sólo le concedió unos pocos años de vida. Pero el hombre, poniendo a funcionar su inteligencia, al llegar el invierno edificó una casa y habitó en ella.

Cierto día en que el frío era muy crudo, y la lluvia empezó a caer, no pudiendo el caballo aguantarse más, llegó corriendo a donde el hombre y le pidió que le diera abrigo.

Le dijo el hombre que sólo lo haría con una condición: que le cediera una parte de los años que le correspondían. El caballo aceptó.

Poco después se presentó el buey que tampoco podía sufrir el mal tiempo. Contestándole el hombre lo mismo: que lo admitiría si le daba cierto número de sus años. El buey cedió una parte y quedó admitido.

Por fin, llegó el perro, también muriéndose de frío, y cediendo una parte de su tiempo de vida, obtuvo su refugio.

Y he aquí el resultado: cuando los hombres cumplen el tiempo que Zeus les dio, son puros y buenos; cuando llegan a los años pedidos al caballo, son intrépidos y orgullosos; cuando están en los del buey, se dedican a mandar; y cuando llegan a usar el tiempo del perro, al final de su existencia, se vuelven irascibles y malhumorados.

Describe esta fábula las etapas del hombre: inocente-niñez, vigorosa-juventud, poderosa-madurez y sensible-vejez.

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Zeus y los robles

Se quejaban los robles a Zeus en estos términos:

-En vano vemos la luz, pues estamos expuestos, más que todos los demás árboles, a los golpes brutales del hacha.

-Vosotros mismos sois los autores de vuestra desgracia respondió Zeus-; si no dierais la madera para fabricar los mangos, las vigas y los arados, el hacha os respetaría.

Antes de culpar a otros de nuestros males, veamos antes si no los causamos nosotros mismos.

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Zeus y los hombres

Zeus, después de modelar a los hombres, encargó a Hermes que les distribuyera la inteligencia.

Hermes partió la inteligencia en partes iguales para todos y vertió a cada uno la suya.

Sucedió con esto que los hombres de poca estatura, llenos por su porción, fueron hombres inteligentes, mientras que a los hombres de gran talla, debido a que la porción no llegaba a todas las partes de su cuerpo, les correspondió menos inteligencia que a los otros.

No es la apariencia de grandeza lo que confiere grandeza, es lo que está por dentro y no se aparenta, lo que nos hace ser lo que realmente somos.

Vocabulario

Zeus: Dios de la mitología griega. Hermes: Dios de la mitología griega.

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Los sacerdotes de Cibeles

Unos sacerdotes de Cibeles tenían un asno al que cargaban con sus bultos cuando se ponían en viaje. Un día por fatiga se murió el asno, y desollándolo, hicieron con su piel unos tambores, de los cuales se sirvieron. Habiéndoles encontrado otros sacerdotes de Cibeles, les preguntaron que dónde estaba su asno.

– Muerto -les dijeron-; pero recibe más golpes ahora que los que recibió en su vida.

Mucha gente dice haberse retirado de su hábito, pero no se da cuenta de que su hábito no se retiró nunca de él.

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Los leñadores y el pino

Rendían unos hacheros un pino y lo hacían con gran facilidad gracias a las cuñas que habían fabricado con su propia madera.

Y el pino les dijo:

– No odio tanto al hacha que me corta como a las cuñas nacidas de mí mismo.

Es más duro el sufrimiento del daño que nace de uno mismo que del que proviene de afuera.

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Los jóvenes y las ranas

Varios jóvenes, jugando cerca de un estanque, vieron un grupo de ranas en el agua y comenzaron a apedrearlas. Habían matado a varias, cuando una de las ranas, sacando su cabeza gritó:

– Por favor, paren muchachos, que lo que es diversión para ustedes, es muerte y tristeza para nosotras.

Antes de tomar una acción que creas que te beneficia, ve primero que no perjudique a otros.

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Los gallos y la perdiz

Un hombre que tenía dos gallos, compró una perdiz doméstica y la llevó al corral junto con ellos para alimentarla. Pero éstos la atacaban y la perseguían, y la perdiz, pensando que lo hacían por ser de distinta especie, se sentía humillada.

Pero días más tarde vio cómo los gallos se peleaban entre ellos, y que cada vez que se separaban, estaban cubiertos de sangre. Entonces se dijo a sí misma:

– Ya no me quejo de que los gallos me maltraten, pues he visto que ni aun entre ellos mismos están en paz.

Si llegas a una comunidad donde los vecinos no viven en paz, ten por seguro que tampoco te dejaran vivir en paz a ti.

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Los bueyes contra los carniceros

Decidieron un día los bueyes destruir a los carniceros, quienes, decían los bueyes, estaban acabando con su gremio. Se reunieron entonces para llevar a cabo su objetivo, y afilaron finamente sus cuernos.

Pero uno de ellos, el más viejo, un experimentado arador de tierras, les dijo:

– Esos carniceros, es cierto, nos matan y destrozan, pero lo hacen con manos preparadas, y sin causarnos dolor. Si nos deshacemos de ellos, caeremos en manos de operadores inexpertos y entonces sí que sufriríamos una doble muerte. Y les aseguro, que aunque ya no haya ni un solo carnicero, los humanos seguirán buscando nuestra carne.

Nunca trates de cambiar un mal por otro peor.

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La víbora y la lima

A un taller de un herrero entró una víbora, pidiéndole caridad a las herramientas. Después de recibir algo de todas, faltando sólo la lima, se le acercó y le suplicó que le diera alguna cosa.

– ¡Bien engañada estás -repuso la lima- si crees que te daré algo. Yo que tengo la costumbre, no de dar, sino de tomar algo de todos!

Nunca debes esperar obtener algo de quien sólo ha vivido de quitarle a los demás.

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La golondrina, la serpiente y la Corte

Una golondrina que retornaba de su largo viaje, se encontraba feliz de convivir de nuevo entre los hombres.

Construyó entonces su nido sobre el alero de una pared de una Corte de Justicia y allí incubó y cuidaba a sus polluelos. Pasó un día por ahí una serpiente, y acercándose al nido devoró a los indefensos polluelos. La golondrina al encontrar su nido vacío se lamentó:

– Desdichada de mí, que en este lugar donde protegen los derechos de los demás, yo soy la única que debo sufrir equivocadamente.

No todo lo que beneficia a otros beneficia a uno.

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