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Categoría: Cuentos Infantiles y Juveniles

Cuento del astrólogo y la hechicera
En tiempos ya remotos hubo en Granada un rey moro que se llamaba Aben Habuz. Era muy famoso y también había sido muy temido por todos los soberanos de los reinos vecinos. Siendo joven, llevó una vida de constantes pillajes y carreras, realizando continuas incursiones en los países que rodeaban el suyo, consiguiendo así aumentar sus territorios y acumular innumerables riquezas y tesoros. Pero llegado ya a la ancianidad, sólo deseaba vivir tranquilamente, gozando en paz de lo que sus anteriores pillajes le habían proporcionado, y administrando apaciblemente las posesiones usurpadas a sus vecinos. Sin embargo, no podía realizar tranquilamente sus deseos.

Los jóvenes príncipes de los reinos vecinos, hijos de los reyes a los que en años anteriores robara y usurpara tierras y tesoros, se mostraban dispuestos a pedirle cuentas de aquellas fechorías y por eso sus fronteras estaban constantemente amenazadas.

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El ariquipe en el reino de Dios
Blanda, pura, plácida, sencilla y buena, así era la vida de Juan Lanitas. Nunca le hizo mal a nadie y, al contrario, todo el empeño de sus días fue el de hacer el bien, así fuera el de comprar a un niño todas las golosinas que apeteciera, hasta conseguirle la más perfecta indigestión, como el de soportar sobre sus propias espaldas el peso que llevaban los asnos de los campesinos. Estos, que ya conocían de malicia la buenura de Juan, aprovechaban tales ocasiones para hacerle más liviano, en compensación, el peso de los bolsillos.

Juan tenía nueve hijos y siempre estaba agradeciendo la generosidad y sacrificio de su mujer, porque la mayor parte de ellos se los había dado durante largos años que duró Lanitas ausente, como sobrestante de una mina en el Chocó.

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Cuento del Arcangel
El frío de la tarde provocaba que el paisaje de un bosque al norte de Inglaterra en Norfolk luciera desolado. Solo algunos pescadores sobre sus lanchas de motor se atrevían a desafiar al inclemente tiempo. El caer del agua de una cascada tan vieja como el mundo era lo única que se escuchaba en las cercanías. El liquido en precipitación cubría la entrada de una cueva, muy en el interior de ésta había un río subterráneo que saciaba la sed de sus moradores.

En este obscuro rincón se encontraban tres dragones quienes se miraban unos a otros sin decir nada. El más pequeño aburrido de la quietud y el silencio preguntó:

–¿Padre, porqué tenemos que escabullirnos cada vez que hay un humano cerca?

Al escuchar ésto, el macho miró fijamente a su compañera, la cual solo musitó:

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Cuento del árbol mágico
En el centro de una placita, en el pueblo, había un precioso árbol. El árbol tenía ramas muy largas para los costados y también para arriba. Parecía un poquito unos brazos locos que invitaban a los niños a subirse a él.

Pero el árbol, que ya era muy viejito, porque tenía 103 años, estaba un poquito triste. Resultaba ser, que de tan abuelito que era, de tan tan pero requete tan gordo que estaba – Había bebido mucha lluvia decían – , le pusieron una cerca a su alrededor…con un cartel. Pero como el no sabía leer… Estaba más y más triste porque era un abuelito sin la alegría de sus chiquitos.

Un día escuchó el árbol – porque saben oír muy bien ellos, eh! – que alguien leía el cartelito: – Árbol centenario. Monumento histórico nacional. Plantado por…..

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El año que mamá Noel repartió los regalos de Navidad

Podría decir de este cuento que así fue, porque así me lo contaron, pero… a los hechos me remito. Como sabéis en Laponia, donde vive Papá Noel, hace un frío terrible, te castañetean los dientes, algunos días se te pegan las pestañas, de los techos de las casas cuelgan unas incisivas y larguísimas estalactitas. En fin…, cabe imaginar que en lugar tan maravilloso como inhóspito, las ardillas usan guantes; los lobos, lustrosas botas de cuero; y los renos, unos graciosos gorros rojos con orlas blancas, que acaban en su punta con una gracioso pompón. ¡Pero qué os voy a contar que no sepáis! O… ¿no sois vosotros de los primeros en salir hacia los mercadillos navideños de las plazas de vuestros pueblos y ciudades, y allí miráis encantados las figuras de Belén, las zambombas, las bolsas de confeti, la nieve artificial… hasta que… lo inevitable, volvéis al hogar con uno de esos maravillosos gorros rojos y blancos sobre vuestras cabezas.

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Las aventuras de Ulises
Ulises, ya viejo y cansado, volvía a su casa ansioso por ver de nuevo a Penélope, su esposa.

Joven aún se había despedido de ella para ir como combatiente a la guerra de Troya.

Volvía viejo, porque la guerra había durado tantos años, que no le bastaban los dedos de la mano para contarlos.

Pronto volveré a ver a mi querida Penélope —pensaba recostado en la borda de su barco—. Se le debe de haber vuelto blanco el cabello de tanto esperarme.

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Cuento del ángel de la casa

Era el camino obligado de todas las tardes. En el invierno esas caminatas por el barrio desde la avenida Cabildo hasta su casa eran oscuras además de frías. El sol caía temprano y las altas magnolias, camelias y palmeras de la casa, oscurecían el lugar y lo alargaban sobre las veredas.

Quizás por ello amaba el verano, porque a pesar de la hora podía admirar el frente, aún hermoso, del primer piso de la casa vieja. Más arriba un solitario mirador de techo de pizarra.

El ángel parecía colgado de él.

Según los datos que se conocían en el barrio la construcción de la casa de Delcasse era del año 1883. El frente sobre la calle Cuba tenía el número 1919. Los fondos, siguiendo por Sucre, llegaban hasta Arcos donde un cedro gigantesco extendía sus ramas sobre un antiguo portón de hierro tan simple y oxidado que pasaba inadvertido.

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El amor y la locura
En el principio de los tiempos, cuando no existía nada. Cuando ni siquiera el tiempo existía porque nadie había inventado nada para llevarle la cuenta. Cuando el hombre todavía no existía, en mitad del universo estaban reunidos los vicios y las virtudes que más tarde poblarían a los humanos en mayor o menor medida.

Y los vicios y las virtudes se pasaban todo el día discutiendo y peleando, sobre todo azuzados por la Ira y la Discordia. Y discutían sobre quien habitaría el cuerpo de los humanos, si los vicios o las virtudes. Y no se ponían de acuerdo porque unos decía que habría mas virtudes que vicios en los humanos y otros que al revés, que sería mayor el número de vicios que estarían en los humanos.

Y como nadie se ponía de acuerdo. La Locura, que estaba loca, tubo una idea que le pareció genial. Y dando brincos en mitad de la reunión dijo:

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Un ángel en navidad
Habia una vez un ángel que vivia en un castillo todo de nubes, en compañia de otros angelitos.

Y mientras Dios no los llamara para ningun mandado, los angeles jugaban a la escondida por el cielo o remendaban nubes rotas.

Una tardecita de verano el angel estaba pintando una nube con acuarela, cuando de pronto oyo la gran voz de Dios:

-Ángel. . .hijito mio. . .¿me oyes?.

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La bola de cristal
Vivía en otros tiempos una hechicera que tenía tres hijos, los cuales se amaban como buenos hermanos; pero la vieja no se fiaba de ellos, temiendo que quisieran arrebatarle su poder. Por eso transformó al mayor en águila, que anidó en la cima de una rocosa montaña, y sólo alguna que otra vez se le veía describiendo amplios círculos en la inmensidad del cielo. Al segundo lo convirtió en ballena, condenándolo a vivir en el seno del mar, y sólo de vez en cuando asomaba a la superficie, proyectando a gran altura un poderoso chorro de agua. Uno y otro recobraban su figura humana por espacio de dos horas cada día. El tercer hijo, temiendo verse también convertido en alimaña, oso o lobo, por ejemplo, huyó secretamente.

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